LAS VENTAS
Ferrera no deja indiferente en una corrida de Valdellán alejada de la bravura
Alejandro Mora oye los tres avisos y le echan el toro de su confirmación al corral; firmeza de David de Miranda y presidencia sin criterio
«Los ganaderos somos los que más sufrimos»

Se levantó Alejandro Mora este domingo con «el privilegio de saber que iba a torear». Lo que seguramente no se esperaba era una corrida tan alejada de la bravura, con esa falta de entrega, de clase y de casta. No era, además, cualquier cita, sino ... la de su confirmación en Las Ventas, donde también sucedió lo que nadie deseaba: cayeron tres avisos como tres losas y el toro de la ceremonia, con la espada encima, se marchó al corral. Qué mal empezó todo. Y lo peor es que acabó por el mismo sendero: el voluminoso conjunto de Valdellán, con santacolomeños de 600 kilos, nunca remontó. «¡Vaya porquería, ganadero!», se escuchó en los tendidos y en los pasillos de la plaza, donde se quejaban también de varios puyazos nefastos. Aun así, muchos aplaudieron algún toro, mientras otros ojos trataban de adivinar qué habían hallado en ejemplares como Navarro para despedirlo con una ovación. En fin, la afición más exigente, la afición de Madrid...
El que se coronó fue el señor presidente, que devolvió uno que no imaginaba ni el de la tablilla y se guardó el moquero verde ante un inválido absoluto, el cuarto. Pies de Plomo se llamaba y, con sus cinco años y medio y sus 629 kilos a cuestas, venía pidiendo a gritos los cabestros de Florito. «¡Toro, toro!», clamaba indignada, y con razón, la gente. Fue el Domingo de Ramos una fecha en la que escaseó la sangre brava. Y eso que el cartel prometía y trajo las musas de un veterano maestro que no deja indiferente a nadie.
Sin clamores ni focos mediáticos llegaba Antonio Ferrera. Su tauromaquia no necesita reflectores para brillar; su luz es más íntima, más honda. Con casi tres décadas de alternativa, tantas cornadas que ya ni cuenta y una personalidad asombrosa, demostró una vez más que es un verso libre, como libre es hoy su independencia. Desde que enseñó su capote azul, siempre pendiente de la lidia –director de ella era–, sorprendió con su tauromaquia sin moldes. Lo suyo fue un desafío constante al adocenamiento. Por arte de birlibirloque salió del burladero para recibir al segundo, con personalísimos lances y una media torerísima. Más morrillo que cara traía Mirasuelos, al que Ángel Otero clavó un gran par. Tras doblarse con el valdellán en paralelo al 7, se lo sacó al tercio: el toro, en la sombra; el torero, en el sol. Hasta que una nube vistió de negro la arena. Adelantando la muleta, llevándolo muy tapado, Ferrera robó los pases. Medio recorrido tenía por el zurdo, por donde tragó y dibujó un muletazo sentidísimo, abrochado con un pectoral que desencadenó los oles. Había un runrún cuando regresó a la derecha y acabó con el rostro barnizado de sangre. Ambos lados intercaló con arrebato: ora, esa templada izquierda a pies juntos; ora, el descarnado molinete... Todo el mundo andaba pendiente de la obra, de ese oasis de creatividad. Prendido de su propia genialidad, arrojó la ayuda y se dispuso a torear y sentir, sentir y torear, con la mano de la cuchara. Se presentía un posible premio, pero el extremeño no anduvo fino con la espada y brotó cierta división, mientras el cinqueño Mirasuelos –al que entendió con sabio magisterio– era arrastrado en medio de una ovación. Mucho más rácana fue para el de luces, que dejó instantes para la eternidad.
Interminable debió de hacérsele al confirmante el trayecto entre su primer toro –un serio Bilbaíno que agradecía el buen trato e incluso planeó en algún muletazo– y el último. Alejandro Mora posee un concepto clásico muy ilusionante y trata de imprimir pureza, pero con el acero no lo ve por ningún lado. Hasta el punto de oír los tres avisos, que ya están escritos: ¿y si hubiese sacado la espada para descabellar? Por cierto, Ferrera invitó (e insistió) a Juan Mora a compartir el momento de la ceremonia, aunque el maestro dijo que no, que su lugar estaba tras las tablas.
Las Ventas
- Monumental de las Ventas. Domingo de Ramos, 13 de abril de 2025. Un tercio de entrada. Toros de Valdellán, con mucho volumen y bien comidos -atacados de kilos-, sin entrega, clase ni bravura en conjunto; un sobrero de Los Maños (3º bis), noblón.
- Antonio Ferrera, de carmín y oro: estocada baja, pinchazo y estocada (división de opiniones tras dos avisos); estocada baja (palmas de tango).
- David de Miranda, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada caída (silencio); media desprendida y tendida, descabello y se echa (silencio tras dos avisos).
- Alejandro Mora, de blanco y oro: encuentro fallido, dos pinchazos, estocada perpendicular (palmas de tanto tras tres avisos); dos pinchazos, estocada perpendicular y delantera y descabello (silencio).
Había ejercido de testigo David de Miranda, que vio cómo devolvían sin ton ni son al tercero –no lo contemplaba ni el 7– y salía un sobrero de Los Maños atacadísimo de romana y de bello pelaje, como una sierra tras la nevada. Le faltó pujanza, aunque arrastró el hocico en el saludo y en la muleta se atisbaron su calidad y su noblona obediencia. Firme y con entrega anduvo el onubense. Como en el quinto, que fue lo opuesto: menuda guasa tenía y cómo se vencía en los inicios. Transmitió en las telas con su desordenado viaje, pero aquello nunca tomó vuelo: ahí quedaron los aplausos a Navarro. Increíble (la ovación, no el toro). A la enfermería mandó al puntillero, Vicente Herrera, con un puntazo en la axila.
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